El pasado enero 2014 El Yermo Ediciones nos traían a nuestras librerías especializadas "Los Caminos del Señor", una novela gráfica a todo color de 112 páginas en cartoné cuya portada llamaba nuestra atención gracias al arte majestuoso que se plasmado por obra de Jaime Calderón.
Llamando nuestra atención desde lejos, "Los Caminos del Señor" no se queda, a diferencia de muchas otras obras, en calidad de portada.
David Fabrice y Gregoy Lassablière se han encargado de dotarla de un guión sobresaliente y perfectamente estructurado sobre el que Calderón puede desatar sus lápices como solo él es capaz.
¿El único defecto de esta novela gráfica? Un título que a muchos espantará al confundirles con propaganda pseudo-religiosa escondida entre las páginas de un cómic.
Nada más lejos de la realidad.
Nos encontramos ante un guión repleto de trasfondo histórico, una narración que nos transporta al medievo y renacimiento acompañados de una serie de personajes codiciosos y / o ciegos de fe que emprenden un viaje en nombre de Dios para recuperar el objeto que sirve de nexo en ambas historias: un mapa del nuevo mundo trazado por los vikingos durante su primer contacto con tierras americanas, y que ellos piensan puede dirigir a los hombres píos al Edén.
Con esta premisa David Fabrice y Gregoy Lassablière nos sitúan como comentábamos en dos historias diferentes situadas a lo largo de la historia.
Con la primera viajamos a 1.066 d.C., con Guillermo de Normandía en plena campaña para conquistar Inglaterra arrebatándolas de manos de Haroldo. El protagonista no será otro que su mujeriego hermano monje, quién le acompañará a la batalla mientras a sus espaldas teje una trama para hacerse con el pergamino.
La segunda nos lleva unos años después de la historia de Guillermo, en el 1.119 d.C durante el fin de las cruzadas en Tierra Santa. Allí dos jóvenes cruzados tratarán de recuperar el mismo mapa, en esta ocasión caído en las manos de los Ḥashshāshīn (حشّاشين ).
Con estas dos historias ambientadas en fechas y localizaciones tan dispares, David Fabrice y Gregoy Lassablière demuestran su capacidad de realizar una obra correcta y creíble, haciendo uso de una documentación histórica excepcional que convierte estas epopeyas en excelentes novelas gráficas.
El impresionante dibujo de Jaime Calderón se ve dotado de vida gracias al color de Romain Lubiére, que aplicado de manera precisa dota esta historia del único toque de calidad que le faltaba por alcanzar, convirtiéndola en una delicia para el lector.
David Fabrice y Gregoy Lassablière se han encargado de dotarla de un guión sobresaliente y perfectamente estructurado sobre el que Calderón puede desatar sus lápices como solo él es capaz.
¿El único defecto de esta novela gráfica? Un título que a muchos espantará al confundirles con propaganda pseudo-religiosa escondida entre las páginas de un cómic.
Nada más lejos de la realidad.
Nos encontramos ante un guión repleto de trasfondo histórico, una narración que nos transporta al medievo y renacimiento acompañados de una serie de personajes codiciosos y / o ciegos de fe que emprenden un viaje en nombre de Dios para recuperar el objeto que sirve de nexo en ambas historias: un mapa del nuevo mundo trazado por los vikingos durante su primer contacto con tierras americanas, y que ellos piensan puede dirigir a los hombres píos al Edén.
Con esta premisa David Fabrice y Gregoy Lassablière nos sitúan como comentábamos en dos historias diferentes situadas a lo largo de la historia.
Con la primera viajamos a 1.066 d.C., con Guillermo de Normandía en plena campaña para conquistar Inglaterra arrebatándolas de manos de Haroldo. El protagonista no será otro que su mujeriego hermano monje, quién le acompañará a la batalla mientras a sus espaldas teje una trama para hacerse con el pergamino.
La segunda nos lleva unos años después de la historia de Guillermo, en el 1.119 d.C durante el fin de las cruzadas en Tierra Santa. Allí dos jóvenes cruzados tratarán de recuperar el mismo mapa, en esta ocasión caído en las manos de los Ḥashshāshīn (حشّاشين ).
Con estas dos historias ambientadas en fechas y localizaciones tan dispares, David Fabrice y Gregoy Lassablière demuestran su capacidad de realizar una obra correcta y creíble, haciendo uso de una documentación histórica excepcional que convierte estas epopeyas en excelentes novelas gráficas.
Aprovechando la oportunidad brindada, Jaime Calderón presenta unos personajes dibujados con cariño y excelente detalle que en varias ocasiones nos recordarán a actores reales o personas de nuestra vida cotidiana gracias al increíble trabajo realizado.
Sumado a esto nos demuestra su capacidad de dibujar impresionantes batallas épicas, donde montones de soldados y caballería se enfrentan a doble página en viñetas que parecen cuadros.
El impresionante dibujo de Jaime Calderón se ve dotado de vida gracias al color de Romain Lubiére, que aplicado de manera precisa dota esta historia del único toque de calidad que le faltaba por alcanzar, convirtiéndola en una delicia para el lector.
Por si esto fuera poco, al final de las dos historias que comprenden este volumen hallaremos además un magnifico cuaderno de bocetos, diseños y storyboards que completan un álbum magnífico, dónde disfrutaremos aun más de la habilidad de Jaime Calderón al construir su obra.