No todos los días una tiene la oportunidad de ir a ver en pantalla grande a actores de la talla de Bill Murray, Jude Law, Willem Dafoe, Adrien Brody o F. Murray Abraham, pero si ademas, podemos ver un film en que todos estos maravillosos actores forman parte del guión, ya es una experiencia inolvidable.
Y es que El Gran Hotel Budapest es una película que se tiene que ver una vez en la vida para aprender a afrontar los sucesos que nos devienen, así como aquello a lo que llamamos realidad, como sus protagonistas, con educación y gracia.
Wes Anderson, el director de la película, dice mucho de su obra cinematográfica, ya que su cine se caracteriza por poner especial cuidado en sus paletas de colores minuciosamente planeadas, sus simpáticos pero conflictivos personajes y el humor emocional que estos provocan.
Así pues, si nos documentamos un poco sobre el director no nos equivocaremos con lo que vamos a ver, una comedia ágil, con grandes dosis de educación y mala leche por partes iguales, y con unos colores que sonrojarán al mas modesto cuadro del rococó.
Wes Anderson consigue lo que a estado buscando durante todos estos años de cine mas o menos independiente, llegar a todo el público, pero manteniendo a sus fieles seguidores, y hacer lo que le gusta. Desde luego el amor y el cuidado hacia su obra está patente en cada fotograma, y demostrado gracias al Gran Premio del Jurado que consiguió el film en el último Festival de Berlín
Dicho esto pasemos al argumento, que aunque parezca sencillo no lo es. Al mas puro estilo Inception, nos encontramos con una historia, dentro de una historia, dentro de una historia.
Tenemos en su inicio a un escritor mayor (Albert Finney) que de joven (Jude Law) visitó un ya abandonado y olvidado Grand Hotel Budapest, donde conoció al actual dueño en ese momento (F. Murray Abraham) que le cuenta la historia de cómo llegó a obtener ese hotel.
Legado a este momento, no nos encontramos como protagonista al futuro dueño del hotel, si no mas bien todo lo contrario.
El protagonista de esta historia, es la persona que más amaba al hotel, el reputado Gustave H, (Ralph Fiennes) el regente del hotel de exquisitos modales; y el mozo en periodo de aprendizaje bajo su mando, Zero (Tony Revolori), un joven que ha sabido contrarrestar el honor que hace a su nombre en cuanto a experiencia y educación, con una lealtad incondicional a su patrón. Juntos, y tras la muerte de una de las clientas mas queridas del hotel (Tilda Swinton), acabarán involucrados en el robo de un cuadro renacentista de valor incalculable, lo cual les ganará la antipatía de una perversa familia, donde el hijo mayor de la difunta (Adrien Brody), y su perverso psicario (William Dafoe), tratarán de hacerles la vida imposible de las mas diversas y coloridas maneras
La historia, aunque contada así, es de lo mas compleja, y el guión es una obra de arte de al menos mil páginas dada la cantidad de palabras por minuto que es capaz de recitar, cual poema y rima, Ralph Fiennes, en un papel que le sienta como anillo al dedo.
El guión por lo tanto, brilla por lo hilarante y rápido que es, y aunque las actuaciones sean sobreexageradas, no hacen mas que añadirle encanto y gracia al conjunto, que ya de por si está sobreactuado, sobredimensionado, y saturado al mas mínimo detalle para que sea perfecto y brillante como una moneda nueva.
La ambientación histórica, es un punto a favor a tener en cuenta. La fecha a marcar son los turbios años 30, y la aparición de las SS, en este caso ZZ, no se hacen de tardar; sin embargo el enfoque que el director le da a este grupo de mílitares es como mínimo hilarante, y donde a parte de algunos accidentes, mas bien chistosos, son tan endebles cual osito de peluche relleno de plomo.
A su vez, el film está cargado de nostalgia de aquellos brillantes años donde todo era mas bonito, mas humano y mas amable, o al menos en ese mundo idílico donde los hoteles son como fortalezas con guardianes, todos ellos unidos cual secta hotelera.
De la ambientación y los paisajes poco se puede hablar, ya que cada uno de ellos no es mas que una pintura, un cuadro o una fotografía, perfectamente retocada, para dar una imagen lo suficientemente realista al espectador que está demasiado ocupado siguiendo al protagonista como para fijarse en ello.
Sin embargo, eso no quiere decir que no esté mimada la ambientación, ya que es todo lo contrario.
Anderson cuida todos los detalles, tanto del hotel, como de las estancias en la que se mueven los protagonistas, con tanto mimo como si fueran reales, envolviéndolo todo cual caramelo para que sea perfecto desde fuera y desde dentro.
¿Y que podemos decir de las escenas de acción y aventura? Porque si, las hay.
El director, Anders, se desentiende de la realidad propiamente dicha, para someter al espectador a una serie de carreras, reales y lingüísticas, donde parece que los personajes, al mas puro estilo cartoon, vayan a mil revoluciones por hora, ya sea atravesando paredes, subiendo escaleras o esquiando en los alpes. Este efecto de velocidad espidica no es solo por el juego continuo entre el relato hablado y el estrictamente cinematográfico, si no por las variaciones de escena, y los cambios de colores, entre barrocos y tenues, que juegan con la visión y el oido del espectador como si fuera un titere.
La escenas de acción, aunque pocas, tienes un claro sabor a dibujos animados, donde los personajes se persiguen entre ellos en una carrera inacabable, siempre a la misma distancia, y siempre atravesando zonas insalvables para cualquier humano que se precie. Evidentemente sin despeinarse.
Gran mención a la huida de la prisión, donde mas que a los protagonistas parecía que veíamos a los Daltons escapar de Lucky Luk.
Como no podía ser de otra manera, también tenemos que tener una mención a los actores, que aunque algunos de ellos los tengamos mas que vistos, otros no tan conocidos como Saoirse Ronan, la joven amante del protagonista Zero, Harvey Keitel, el preso que busca fugarse desesperadamente, o el propio Zero, Tony Revolori, lo hacen de una forma sublime, perfectamente comparable a actores de la talla de Edward Norton, haciendo de militar blandengue, o Adrien Brody y Willem Dafoe, como los malos malosos de la película.
En conclusión, esta grandísima película se plantea como un divertimento de alto voltaje, de ritmo trepidante y juegos de puertas en que aunque el dramatismo esté incluido, el humor con el que se afrontan los momentos dramáticos la vuelven disparatada y encomiable.
Recomendadisima para todo aquel público que busque algo fresco, fuera de lo habitual, y que no le importe sobresaturarse de tonos pastel y lenguaje refinado.
Oh La La!, el Gran Hotel Budapest abre sus puertas el próximo viernes 21 de marzo, y todos están invitados